lunes, 26 de octubre de 2009

Mejor otro día



Mejor otro día
© Loli Pérez González

Eran las siete de la tarde y ya había anochecido. Aquel día habían atrasado la hora y eso siempre mantenía a Esther en un estado de gravitación lunar durante varios días. No conseguía descifrar el binomio de su vida. Hiciera lo que hiciera siempre le daba negativo. Nunca acertaba con la solución, ni modo de estar en el lugar preciso, en el momento justo. Ni con la persona adecuada. Nada. Su vida se había convertido en una sucesión de errores superpuestos que la empujaban a la soledad, directa a caer en un pozo sin fondo.
Miró el frasco de pastillas rosa. Lo movió a modo de sonajero, ¿Cuántas serían necesarias? Diez, veinte, ¿Más? Temía fracasar de nuevo, volverse a despertar en la habitación desangelada, de aquel hospital. Bajo la mirada poco compasiva de la enfermera de turno. Odiaba responder a las preguntas del psicólogo, intentando rescatar aquel mal recuerdo anclado en su memoria. Le resultaba cada vez más humillante. Vale que tropezara una vez ―se decía a sí misma― vale que se dejara engañar otra pero... ¿cómo volvía a caer? Eso era lo que la indignaba. Seguir columpiándose cada vez más alto, cada vez más lejos, con más impulso, intuyendo que la cuerda podía ceder en cualquier momento y lanzarla rebotada a lo lejos. No, no podía seguir pensando que aún quedaba algo, un hilo muy fino, que aún les unía. Ni cada tarde esperar ansiosa una mirada, una palabra, un gesto, una señal aunque fuera intermitente, si o no, cero o uno, blanco o negro. Que llegara sin interferencias y no la arrastrara el viento y desapareciera tras las nubes. Que no hubiera que interpretar con su astrolabio imaginario.
Llenó un vaso de agua del grifo, centenares de pompitas blancas burbujearon dentro del vaso, con olor a cloro. Tragó una, dos, tres pastillas rosa, tras una bocanada de aquel agua. Estaban asquerosas, amargas. Se le quedaban como lapas, pegadas en el esófago.
Tiró el contenido del frasco por el váter y las vio desaparecer, absorbidas, girando dentro de un remolino de agua. Abrió una lata de Coca-cola y la vertió sobre un vaso con hielo. Encendió un cigarrillo. Puso música. Entornó los ojos y respiró profundo, exhalando el humo despacio y poniéndose cómoda, se dijo a sí misma:
―Hoy tampoco va a poder ser, Esther.

viernes, 23 de octubre de 2009

Te extraño



Te extraño © Loli Pérez González

Nunca se olvida, sólo se guarda en los bolsillos secretos del recuerdo. Aquello que nos dolió y que el recuerdo emborrona. Y Marta lo sabía, se mordía el labio inferior mientras repasaba aquellas cartas amarillentas dentro de su cuaderno. Lo había encontrado después de tantos años, olvidado en un rincón de su antiguo armario.

Al volver a leer aquellas palabras borrosas, los recuerdos saltaron como desde una cama elástica a su mente, dando volteretas. Qué lejos estaba todo y qué fuerte volvía a sentirlo. Recordó como había soñado con él aquella noche. Como siempre, él le había preguntado:
―¿Estás bien? ¿Seguro? ―y ella dentro del sueño, había asentido con la cabeza, como siempre, que sí que estuviera tranquilo, que todo iba bien.

Ahora las lágrimas se le escurren mejilla abajo.
Él se despidió a su manera, cómo pudo, preso en aquel coche, mientras hacía un trato con la muerte. Marta sigue recordándolo, quiere pensar que está en algún lugar mejor, tal vez se convirtió en una ángel.
Cree que los días que pasaron juntos no fueron un sueño, que siguen presentes, escondidos en algún lugar del pasado, en las páginas de su diario.
Él tan alto y tan guapo, ella tan menuda e insignificante. Pero siempre complices, amigos, a pesar de todo y de todos.
Ya va a hacer cinco, seis años, quizá más. Ni siquiera sabe dónde está su tumba en aquel cementerio del pueblo, cuando acompaña a su madre lee de soslayo todos los nombres de todas las tumbas al pasar, pero nunca la encuentra.

No tienen ninguna foto de él, sólo la imagen que le devuelve su memoria, de aquel chaval alto, de sonrisa grande y mirada triste que una vez le pidió salir y ella no se lo podía creer. Y no funcionó. Pero lo supieron a tiempo, supieron perdonarse, reírse de sus propias mentiras. Y crear unos lazos más fuertes e intangibles de amistad y cariño.

Hasta que un día un coche, una curva y un accidente se lo llevaron para siempre. Ya no habría más encuentros inesperados, ni más confidencias. Ya no le volvería a preguntar nunca más:
―¿Estás bien? ¿Seguro?
Porque él siempre supo que detrás de la afirmación de ella, había una negación callada. Y ella nunca quiso que él sospechara.

viernes, 16 de octubre de 2009

¿Realidad?

¿Realidad?...

Lo único seguro son los hechos, la realidad es subjetiva. Cada momento, cada palabra la interpretamos de manera diferente, cada uno. Intento crear vínculos con mi equilibrista de pensamientos rotos, que vaga extraviado por sus mundos extravagantes, escapa de mi vida, lejos y vuelve al tiempo, taciturno, esquivo, devolviéndome la inspiración cuando se le antoja, sin ser siquiera consciente de ello. Y en cada nuevo encuentro hayo una plenitud inalcanzable, lejana, que me voltea y vuelve a convertir mi mundo en una suerte de harapos raídos y enredados. Los hechos no se pueden cambiar, la realidad según el color con que se mira, cambia con el vaivén de la vida.

© Loli Pérez González

martes, 13 de octubre de 2009

Confesiones




Confesiones... © Loli Pérez González

Estoy acostumbrada a oír los secretos de la gente, es más soy un imán de secretos, creo que tal vez sea adicta a los secretos. La gente me cuenta sus secretos sin yo preguntar, no sé lo qué les atrae hacia mí, llegan me saludan, se sientan a mi lado, en el parque, en una cafetería, en la parada del autobús y tras una breve conversación trivial, pasan a las más arduas confesiones.
Me cuentan intimidades de una PROFUNDIDAD insondable, como quien necesita liberarse de una carga aplastante.
Mientras yo, intento guardar silencio, dejar mi mente en BLANCO, mirar al VACÍO lejano, entretanto encuentran sosiego. Después se levantan, se marchan, no me preguntan mi nombre, ni lo que opino, no les importa qué siento. No vuelvo a saber nada más de esa persona si es desconocida, y si es conocida desde ahora me evitará.
Yo no digo nada a nadie, me quedo con sus historias, las guardo en un pliegue de mi memoria y luego las olvido. No soy confesor, ni psicólogo, tal vez sólo sea una cara que escucha con ojos grandes, sonrisa tenue y mirada triste.

jueves, 8 de octubre de 2009

Molinos de viento



Molinos de viento © Loli Pérez González

A veces me siento como don Quijote, luchando contra esos molinos de viento, altos, seguros, insensibles. Y yo cada vez más pequeña, frágil, impotente…
Porque lo que era antes, ya no lo es ahora, y lo que será después, lo ignoro.
Hay días en los que parece que les puedo vencer, cabalgando sobre mi Rocinante imaginario, y otros que de una envestida me tiran al suelo me dejan echa un harapo, sin fuerzas y apenas puedo levantarme.
Pero al final, respiro hondo, tomo impulso, clavo la lanza sobre suelo duro, subo de nuevo a mi Rocinante imaginario y vuelvo a empezar.
Mientras tenga fuerzas, fe y esperanza, ahí estaré sin descanso en lucha con esos molinos de viento altos, seguros, insensibles que me volverán a derrotar una vez más, con un leve empujoncito cada vez que puedan. Pero me levantaré y les plantaré cara una mil veces sin descanso.

lunes, 5 de octubre de 2009

La vendedora de huevos




La Vendedora de Huevos de Linda D. Cirino

Hoy quiero hablar de este libro. Llevaba un tiempo bloqueada en cuanto a la lectura. Empezaba un libro y me era imposible continuarlo, leía una o dos páginas y lo dejaba a un lado. Cogía otro y sucedía lo mismo. No podía leer. ¿Estaba saturada? No lo sé. Hace unos días una buena amiga me regaló este libro. Me dijo que a ella, le había gustado mucho.
El sábado por la tarde empecé a leerlo. Tuve que interrumpir su lectura para ir a visitar a la familia. Por la noche me atrapó de nuevo y no pude dejar de leerlo ya, hasta terminarlo. Por suerte eran sólo 204 páginas, cuando llegué al final, respiré hondo ¡por fin vuelvo a leer! Y me gustó. Está escrito en primera persona, con un lenguaje sencillo y natural, pero te envuelve y te lleva de la mano sin que te des cuenta.
No digo nada del argumento. Y el título suena extraño, pero es “su título”
Si lo leéis me gustaría saber vuestra impresión

Espejo retrovisor



Espejo Retrovisor © Loli Pérez González


Miras el espejo retrovisor y ves la imagen distorsionada de algo que ya no es, por más que te empeñes, des marcha atrás y quieras volver a ver. Ya no están, te das cuenta que el pasado y el futuro no existen, sólo el presente que se va esfumando a cada segundo, como el humo de un cigarrillo. Acéptalo, no busques inspiración en las palabras, en tus recuerdos, mientras día a día te carcome la indiferencia. Puede que el presente resulte vacío, lejos de esas palabras epilépticas, enrevesadas donde se ocultan los mensajes que tú entiendes al revés, que nunca entendiste, distorsionados, caóticos. Recuerda: siempre podrás mirar a través del espejo retrovisor, para que te devuelva las imágenes de otra vida paralela ¿Virtual? Puede, pero no lo olvides, esas imágenes son falsas, siempre fueron falsas, nunca fueron reales, sólo viven en tu imaginación y dentro del espejo retrovisor.