viernes, 29 de mayo de 2009

Puerta cerrada



La propuesta de la semana:

Esta semana les vamos a proponer que nos envíen un relato en el que esté a punto de cometerse un crimen. El lector conoce al asesino y todas las circunstancias que rodearán este suceso, pero la víctima no. De manera que desde el principio sabremos lo que va a ocurrir y, sin embargo, intentaremos mantener el interés del lector hasta el final. Además el cuento debe comenzar por la siguiente frase:
«Deseaba tener una habitación limpia e individual, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien»
fragmento tomado del artículo Libertad de Manuel Vicent en el libro A favor del placer.


Puerta cerrada
© Loli Pérez González

Deseaba tener una habitación limpia e individual, una cama
muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una
lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien .

Tenía que hacerlo, era su única forma de escapar. Entonces
Mara abrió los ojos: las manchas del techo se asemejaban a
los mapas que dibujaba en la escuela, con líneas oscuras
y bordeadas por un mar verdoso.
Las sábanas amarillentas olían a rancio. Se levantó
despacio, aún le dolían las costillas. Fue al baño donde
se tropezó con las treinta o cuarenta botellas medio vacías
acumuladas junto a la puerta. Dejó caer el agua sobre un
lavabo lleno de restos de pelos pegados a jabón de afeitar
y dentífrico. Se recogió el pelo mirando la imagen opaca
que le devolvía el espejo empañado y antes de usar el
váter, tiró de la cisterna, pero las manchas seguían
pegadas como si hubieran vomitado un plato de lentejas.
Ese intento no funcionó: Mara confundió el laxante con los
somníferos, y en vez de enviar a Chano al sueño eterno, le
hizo una limpieza interior. Él pensó que la mayonesa
estaría caducada y no sospechó. Ahora ella le daba vueltas
al asunto, allí encerrada no podía conseguir barbitúricos.
No sabía cómo, pero tenía que librarse de él, antes que le
atacase de nuevo.
A Chano le ponían las locas y las alcohólicas: cuando
encontraba alguna extraviada, siempre la recogía, la
llevaba a su cuchitril, la mantenía unos cuantos días bajo
llave, jugaba un poco con ella y cuando se cansaba, abría
la puerta y desaparecía sola.
Llevaba una semana con aquella, y aún no sabía a qué grupo
pertenecía, ni se había atrevido a meterle mano, esta era
diferente, como una fiera salvaje a punto de atacar.
Esa mañana salió temprano a hacer sus trapicheos:
pasaría a ver al Boticario para pillar pastillas de esas
azules. Satisfecho, con el mondadientes en la boca, dio
cuatro vueltas a la llave en la cerradura.
Mara quedaba prisionera en aquella trampa de paredes
huecas, llenas de humedades y agujeros, por los que huían
los ratones después de roer periódicos. Dejaban sus
caquitas negras como juanolas en la encimera de l a
cocina, dentro del salero, en el paquete de galletas...
Las cucarachas pequeñas andaban confiadas por mitad del
pasillo y cuando escuchaban el sonido de la cerradura, se
escondían bajo las lozas sueltas. Las más aventureras
terminaban ahogándose dentro del cubo de la fregona.
Chano llevaba años coleccionando todo lo que encontraba
en la basura: peluches, cuadros, y sobre todo atesoraba
objetos de latón: bandejas, candelabros,campanas viejas de
estación y figurillas de porcelana que lo vigilaban con
sus ojos inmóviles. Lo tenía todo amontonado y ordenado al
rededor de las paredes del dormitorio.
A Mara le gustaba meterse en líos, y esta vez se le fue
la mano. El Chano la encontró desfasada, magullada y sin
recordar lo que había sucedido esa noche. En vez de
llevarla al hospital, el anormal, la instaló en su casa,
desinfectó sus heridas (sólo con alcohol) y la acomodó como
pudo sobre la cama, cubriéndola con una colcha mugrienta.
Por la noche, se acostó a su lado, rozándole de forma
accidental .
Ella se hacía la dormida, con la esperanza de que no fuera
a más. La exasperaba su excesiva amabilidad. Conocía
demasiado bien esa clase de hombres, blandos de apariencia,
pero de corazón duro, primero se deshacían en
amabilidades, para después cobrar en carne.
Chano no podía evitar mirarle las tetas, deseaba poder
estrujarlas entre sus manos, -!Qué más esperaba aquella
mujer!-, pensaba mientras aspiraba el humo de la colilla.
La trataba como a una reina, ordenaba todo, se ocupaba de
la comida, incluso se embadurnaba en colonia Varón Dandi ,
compró el desodorante que anunciaban en la tele que volvía
locas a las mujeres. Pero con Mara tenía el efecto
contrario, si se acercaba demasiado a ella, volvía la cara
con repulsión.
Cuando aquella noche Mara sintió el brazo por su cintura,
como un reptil en una mañana fría y notó su aliento en el
cuello, sacó la sartén que había escondido debajo de la
almohada y lo golpeó en la cabeza hasta dejarlo
inconsciente.
Después buscó las llaves de la puerta en los bolsillos de
su pantalón, en la camisa... no las encontraba y pronto
volvería en sí. Le arreó otros cuantos golpes, por si
acaso, y siguió buscando en los zapatos, los calcetines,
debajo del colchón..-¡Uf!. Temió que le mordiera algún
bicho. -¿donde habría metido las putas llaves?-
Buscó una cuerda, lo ató de pies y manos a la cama, aunque
no pudo apretar bien los nudos, tenía las manos
adormecidas. Le mojó la frente donde abultaba un chichón,
pero no se despertaba y las llaves no aparecían.
La única ventana de la casa, enrejada, daba a un
descampado.Gritó, pidió socorro, pero nadie parecía escucharla en el
silencio de la noche. Empezó a abofetearlo, y notó como salía un hilillo de
sangre por su nariz.
Fue hacia la puerta, la golpeó con la sartén
repetidamente y continuó gritando, haciendo ruido con todas
sus fuerzas, cuando de repente recibió un golpe seco en la
cabeza y se desplomó.
Entonces, Chano sacó las llaves de los calzoncillos, la cargó en su
carro de chatarrero y la dejó tirada muy cerca delhospital.
Cuando Mara abrió los ojos, creyó estar soñando, estaba en
una habitación limpia e individual, acostada en una cama
muy blanca, desde allí podía ver un lavabo resplandeciente.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Erase una vez...

Erase una vez.... relatos curso escritura

Erase una vez...
Copio mia relatos publicados en el Curso de escritura creativa de Jorge Eduardo Benavides.-

.LA PROPUESTA DE LA SEMANA
Al igual que en la clase anterior, en esta ocasión, y seguramente teniendo las cosas más claras, vamos a proponer los siguientes elementos que forman parte del conflicto: Una biblioteca, un profesor de matemáticas que acaba de jubilarse, una postal de Alejandría, un pañuelo de seda. Ya lo saben: no es que estos elementos estén allí porque más o menos les encontramos un lugar de manera arbitraria en el texto. No: están ahí, como en la propuesta anterior, porque sin su participación el cuento no se explica. Quiere decir que deben ser parte del conflicto.


MALA MEMORIA
© Loli Pérez González

Sentado en una esquina de la mesa, limpiaba afanosamente los cristales empañados de
sus gafas, intentado disimular su nerviosismo.
Hacía dos semanas que se había jubilado y su vida había cambiado de manera que no
se acostumbraba aún.
Para que la desidia no se apoderase de él, se obligaba a ir cada mañana a la biblioteca,
después de calzarse unos churros con chocolate en el bar de abajo, mientras su
estómago hacía la pesada digestión, se sentaba siempre en el mismo sitio, leía toda la
prensa, hacía los sudokus, mataba el tiempo hasta la hora de almorzar.
Desde hacía unos días se sentía observado por un chaval con ojos y uñas pintados de
negro, imperdibles en las orejas y pelo graso y largo sobre los ojos, un pañuelo de seda negro anudado alrededor del cuello, parecía querer ocultar algo, el profesor de
matemáticas pesó que podía ser algún morado en la yugular.
Buscó en su mente la imagen del chaval con algunos años menos y sin los ornamentos
actuales, pero no pudo recordar a ninguno de sus alumnos, así que lo descartó.
Cada mañana el chico parecía estar esperando su llegada para cruzar una mirada, sin
decir nada, se había convertido como un juego entre ambos, llegaba el primero y antes
de marcharse carraspeaba la garganta y le miraba mientras se marchaba muy despacio,
mirando hacia atrás. El no podía evitar seguirle con la vista, con disimulo pero sin
quitarle ojo.
Una mañana se inquietó al llegar y no verlo allí sentado esperándole, en su lugar había
una postal de Alejandría, era la típica imagen de un hotel, iluminada con luces
resaltaba los edificios más emblemáticos en la oscuridad de la noche.
Entonces lo recordó todo, el viaje de estudios de hacía unos años, la borrachera, el
chaval que pasó la noche con él en su habitación.
Le dio la vuelta, una dirección y unas palabras: te espero, si no vienes lo lamentarás.
No sabía si era una súplica o una amenaza, si el chaval sería
mayor de edad.
Se levantó, dejó el periódico sobre la mesa, se guardó la postal en el bolsillo de la
chaqueta y mientras caminaba, empezó a recordar como aquella noche había perdido
el pañuelo de seda negro.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Ya te ví Caperucito









Ya te vi, Caperucito © Loli Pérez González

Ahí está el autobús, se me asemeja una ballena, que me va a tragar, y me llevará en su vientre viajando a través del mar de asfalto, a tu lado. Te acuerdas, me llamabas caperucito.

Debo pasar inadvertido, con mi capa invisible, como Harry Potter, espero detrás del muro y cuando una mujer que podría ser mi madre, sube yo detrás, me siento al lado de la ventanilla.

Me pongo los cascos, la música a todo volumen, no quiero escuchar lo que me dice mi mente, ni la vieja que se ha sentado a mi lado, cierro los ojos, me hago el dormido.

―¿Vas solo hijito?

―No mi madre viene atrás ― miento― procuro que no note que me tiembla la voz, las rodillas, casi me hago pis.

Mi abuelo, debo ver a mi abuelo. El me lo dirá.

Lo calculé todo muy bien. No me echaran de menos hasta la hora de la cena, le dije a mama, que hoy comía en casa de Carlitos, haríamos los deberes y después echaríamos una partida de Dofus, y luego jugaríamos a fútbol, siempre nos anochece. Un día vino a buscarme mama, muy preocupada. Cuando llegue la hora de cenar, llamará a casa de Carlitos.

― No te preocupes mama, sé cuidarme bien.

El sol me calienta la cabeza, debí ponerme al otro lado. Mi madre llorará, y mi padre dirá tacos, gritara como siempre. Abuelo, espera a que llegue, me tienes que contar lo que pasó.

Anoche soñé contigo, me hablabas con un nudo en la garganta, no te pude entender, pero supe que necesitabas verme. Hay un rebaño de ovejas, dispersas por el prado, inmóviles, como alfileres clavados en un cojín, pastando confiadas. No está el lobo feroz. Se comen las amapolas, y las campanillas, y la carrihuela. Pero no les gustan los jaramagos. No las cuento que me duermo, adiós ovejas.

Otra parada, en este pueblo pequeño, con el viejo castillo de piedras, el cementerio encima de un cerro, veo sus tumbas, me intimidan. Abuelo, espera que ya voy.

Se me cierran los ojos, no quiero dormir. No pasaré por la plaza del pueblo, donde tú jugabas al dómino bajo un árbol con tus amigos, viejos arrugados sujetándose con el bastón entre las piernas, jugando a atrapar moscas con sus escupitajos verdes.

No abuelo, no te vayas, aguarda que ya llego.

Por el ojo de la ballena aparece la montaña gris, pelada, igual que la cabeza de un indio, que se durmió y quedó petrificado. Por favor, por favor que no me duerma yo.

Me suenan las tripas, y tengo sed, pero agarré provisiones, galletas, un paquete de caramelos, una tableta de chocolate, me olvidé el agua, me muero de sed. Mamá siempre que iba de excursión, metía la botella de agua en la mochila ― por si te da sed― Mamá no quiero que llores, pero no podía hacerlo de otra forma, yo lo arreglaré todo, hablaré con el abuelo, podremos volver a estar juntos otra vez.

Miro a lo lejos a través del ojo de la ballena el horizonte me trae el recuerdo tu voz contenida:

―Es mejor así, no insistas cariñito ― me decías cuando te preguntaba por qué no íbamos a ver al abuelo. Quiero abrazarlo, que me pinche con su barba de tres días, que me eche un pulso con sus manos sarmentosas y fuertes. Que me cuente lo que pasó.

―Son cosas de mayores, hijo ― me dijo papá y no quiso hablar más del tema. Y yo sé que son cosas de tontos, de tontos muy grandes y muy viejos, que no saben perdonar, que no les importa que yo lo eche tanto de menos.

Nubarrones oscuros llenan el cielo, me da miedo la tormenta, los relámpagos, los rayos, la lluvia. Mocoso miedica eso me decían en el colegio, cuando me tapaba los oídos para no escuchar los truenos, para no escuchar los insultos del “Rata”, el matón de la clase.

Hoy voy dentro de una ballena, oculto en mi capa invisible, no tengo miedo, me siento mayor.

Pero tú lo sabes abuelo, y me lo tienes que decir. Yo soy sangre tuya abuelo, te pondrás contento cuando llegue, igual que Güepeto cuando volvió Pinocho.

Ya estoy cerca, cientos de olivos alineados, verdes, frondosos, sin hierva entre las hileras, como a ti te gustaba abuelo, sin malas hiervas, ¿acaso yo soy una? ¿Y por eso no quieres verme? ¿ o fue por algo que te dijo mamá?

No puede ser, tú me llevabas siempre de tu mano, a buscar nidos y cuando te cansabas nos sentábamos sobre una piedra y comíamos caramelos, abuelo, tú dejaste el tabaco por los caramelos, porque querías ver cómo me hacía grande. No abuelo, no puedes negarte a verme y dejarme con la duda. Tienes que seguir contándome historias, de cuando eras joven, y estuviste en el frente, y te hicieron el tatuaje en el brazo, por si te mataban. Y cómo conseguiste enamorar a la abuela, con las cartas tan bonitas que le escribías y lo triste que quedaste cuando murió y volviste a escribirle.

Mamá dice que arrancaste el cable del teléfono, y lo llevaste enrollado en el aparato a Telefónica, y les dijiste que no querías saber nada de nadie, que no lo quisieron coger y tú lo dejaste allí. Estabas enfadado con todos, con el mundo ¿qué te pasó? Pero conmigo no, abuelo, yo te quiero más que nadie, cuando llegue nos iremos a cazar con “linda” tu perra, y yo recogeré las perdices que mates, y nos las comeremos y seremos felices. Volveremos al río a coger cangrejos, ya no me dan miedo sus pinzas, recuerda me enseñaste a agarrarlos para que no me pellizcasen.

¿Qué pasó abuelo?¿Ya no soy tu nieto? ¿Ya no me quieres? Lloro sin querer, no quiero que nadie me vea así.

La ballena nada lenta, acelera, siento el ruido del motor en mis tripas. Ya casi llega.

Corro hacia tu casa, que parece de chocolate blanco. Toco el timbre, pego con los puños cerrados y grito:

―¡Abuelo, abuelo, ábreme la puerta, que soy yo!

Me abre una señora vestida de blanco. Con guantes de látex, cara de lobo feroz y cuerpo de guarda jurado. Entro corriendo a tu cuarto. Estás en la cama, con la mirada perdida por la ventana y la boca abierta, babeando. No sé si me ves, no sabes mi nombre, ni qué hago aquí. Pero te abrazo y lloro sobre tu pecho. Y pienso que tú me reconoces, lloras también. Aunque no recuerdes mi nombre. Y no puedas hablarme. Acaricias mi cabeza y sólo me dices:

―Ya te vi, Caperucito.

miércoles, 13 de mayo de 2009

verde que te quiero verde

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.



Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Antonio Machado

jueves, 7 de mayo de 2009

Poema Noche Del Amor Insomne

Poema Noche Del Amor Insomne de Federico García Lorca


Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.

Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.

La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.



Siembras y siembras sin parar. No nace nada, solo hiervas. Cuando menos te lo esperas, aparece una amopola. Sola sin tener con quien hablar.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La lluvia cae. El frío es como la soledad. Unas personas pueden ir en mangas cortas, mientras otras van con abrigo. La soledad es igual. Cada cual tiene su nivel sin importar de cuanta gente la rodee.
Las ilusiones van y vienen. A veces se pierden y a veces se encuentran. Pero siempre se acaban perdiendo.

martes, 5 de mayo de 2009

Tiempo


Te encuentras perdida en el tiempo. Viajas en el tren de la ilusión. Solo hacia adelante. No hay vuelta atrás. Quisieras viajar en el tiempo, a través de los sueños rotos. No hay vuelta atrás. Sigue siempre para adelante. El tiempo nunca descansa. Es implacable. Quisiera jugar con el tiempo. Se escapa, vuela o va lento. Pero nunca como yo quisiera.



domingo, 3 de mayo de 2009

5. Creo en ti, alma mía, el otro que soy
no debe humillarse ante ti,
ni tu debes ser humillada ante el otro.

Retoza conmigo sobre la hierba, quita
el freno de tu garganta,
no quiero palabras, ni música,
ni rimas, no quiero costumbres
ni discursos, ni aún los mejores,
sólo quiero la calma, el arrullo de tu
velada voz.

De "Canto a mí mismo":

1. Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

Vago... e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza
desenfrenada.

Versión de León Felipe