domingo, 8 de febrero de 2015

QUEBDANI, El cerco de la estirpe. Antonio Abad

En abril de 2005 empezó funcionar  el Club de Lectura de la Biblioteca Provincial de Málaga. Sentía la  necesidad de comentar los libros que leía, hablar de los personajes, de la trama. De nada me servía prestar el libro que había leído a alguna amiga, que pronto lo dejaba olvidado en un estante. Por eso cuando en la primera reunión, Rosa nuestra querida coordinadora nos explicó como funcionaba el club de lectura, sentí una enorme alegría. Desde entonces cada martes a las séis de la tarde, nos reunimos en el espacio que nos ha cede la Biblioteca Provincial, hablamos del libro que estamos leyendo, de otros leídos o por leer y de la vida en sí.


Quebdani, El cerco de la estirpe, es un libro al que le tengo un especial cariño, fue el primero que leímos en el club de lectura. Un libro  de  Antonio Abad,  autor desconocido entonces para los componentes del grupo, que nos creó curiosidad.
Al cabo de nueve años hemos vuelto a releer Quebdani. Una novela con un lenguaje cuidado,  ambientada  en  un territorio agreste, un páramo situado en una pequeña localidad del Rif a principios del siglo XX, tras el desastre de Anual, que se convierte en un personaje más de la novela, el Macondo particular de Abad.
El protagonista es un niño cabileño que fue abandonado por su madre  en el molino propiedad de la familia Dávila. Allí se convierte en esclavo, lo despojan de sus señas de identidad y se burlan de él de forma cruel. El deseo de venganza y la opresión, hacen que agudice sus sentidos y su astucia hasta el límite contra los miembros de esta familia,  inmersos en su micromundo de odio y soledad. Los Dávila no aceptan la cultura ni la lengua de una tierra que no les pertenece y sin embargo se resisten a abandonarla.
El infortunio, el rencor, los movimientos insurgentes y, sobre todo, una trama soterrada entre las sombras del molino harán que el cerco de la estirpe se cierre en torno a ellos. Una suerte de El corazón de las tinieblas español en el Rif. En esta novela los personajes sacan su lado más tenebroso y cruel. 

Copio un botón de muestra del lenguaje esmerado y casi rayando en lo poético que conjuga Abad a lo largo de la novela.

«No era el tiempo como yo pensaba una distancia inabarcable. El tiempo no sé lo que es. Pero yo pensaba que el tiempo duraba demasiado, que los años se hacían largos, muy largos, permanentes, fijos. Que los días, las horas, los minutos, tenían a veces toda la mediada de la eternidad. Un silencio, una noche de insomnio, una espera al lado de una puerta antes de que me dieran la orden para poder pasar, me parecían agujas del reloj escacharrado a las que yo miraba con una cierta extrañeza de quietud. El tiempo, ya digo, me duraba demasiado, se me hacía impalpable, inmortal, hasta que comprendí que la vida, tan corta, cualquier vida, era un instante breve, un soplo, una fugaz y solitaria ausencia.»
 No hay esperanza para estos personajes, atrapados en su propio odio, apenas sin un resquicio por el que escapar, sobre todo los personajes femeninos. Ya desde el principio, muestra la dureza de la vida para las mujeres rifeñas, desde que  aparece la madre,  y recrea la ceremonia anterior a la boda y como  la venden a cambio de una mula  en matrimonio. Más tarde ve obligada a abandonar a su hijo de apenas doce años en el molino,  no sin antes inculcarle el veneno de la venganza.
 Incluso la mujer de Tomás Dávila, Aurora Benavides,  que proviene de un mundo supuestamente civilizado es víctima de las continuas vejaciones de su marido, sumisa  hasta la desesperación, transmite pena y rabia a la vez. María Dolores,  la hija enferma, convertida en una auténtica tirana. Luisa la nuera, a la que le espera un destino incierto. Adriana, la otra hija, la amada por el protagonista y  malvada con él, hasta causarles daños irreparables.
 No hay personajes bondadosos en esta novela, ni siquiera los perros. Los Dávila son unos tiranos que desprecian y engañan a los nativos. Excepto, Miguel  uno de los hijos, a quién el narrador, el niño cabileño abandonado, escribe una extensa carta contándole lo acontecido a su  familia desde su llegada. Las muertes se van sucediendo, auguradas por una banda de grajillas que cruza el cielo y aterrorizan a Aurora Benavides.
Tomás Dávila el padre, un hombre avaricioso, sin sentimientos ni escrúpulos,  llega a querer más a su perro Mauro que a su propia familia a la que daña con su forma de actuar. La soledad  aísla a cada uno de los personajes, acuciados por la sed de venganza, que crece como los hongos dentro del ambiente asfixiante del molino.
Según su autor Antonio Abad, la literatura ayuda a liberarse de la realidad. Los escritores se enfrentan  a una realidad que no les gusta y tratan de cambiarla mediante la escritura. En esta novela enfrenta a dos culturas cada vez más opuestas: la de los colonos españoles y la de los nativos cabileños,  dónde la venganza vence al perdón, y el individualismo a la sumisión.
El pasado tres de febrero tuvimos el privilegio de que nos visitara Antonio Abad. Estuvo en nuestra tertulia y conversamos de todo un poco, de este libro y además de su última novela publicada  Lucía y la inasible sustancia del tiempo.








miércoles, 4 de febrero de 2015

¿De verdad?


                                         

Que sí, que podéis salir ya, venga que ya pasaron.


¿Estás segura? ¿Segura del todo? De que terminaron las comilonas, los restos en el frigorífico, el turrón, los mazapanes, el roscón de reyes, los regalos obligatorios  ¿de verdad?   Si salimos ya... ¿no habrá algún vecino despistado que nos felicite el año nuevo? Creo que vamos a esperar un poco más, ahora seguro que hay colas en las rebajas, es imposible aparcar y los compañeros estarán de mal humor, mejor nos quedamos así un mes más.
                                                                               Texto:   Loli Pérez

                                                                              ( Imagen  de ffffound.com)