jueves, 21 de agosto de 2014

El desierto del amor, Francois Mauriac





Hay libros que descubro gracias al club de lectura, que no se suelen citar en las consabidas listas de las cien mejores novelas y otras por el estilo, y que de otra forma estoy segura que no llegaría a leer.

El desierto del amor, esa metáfora en dónde el autor nos adentra en la incomunicación familiar, en la pasión no correspondida, a través de sus personajes: el doctor, su hijo y el amor imposible de ambos, María Cross. La novela empieza con un encuentro casual al cabo de muchos años, haciendo que sus vidas, las que creían a salvo, vuelvan a tambalearse de nuevo.

Un análisis profundo de las emociones que mueven al ser humano. En la tranquila vida de provincias, la acción es casi nula, mientras que la pasión se condensa. «Nada —observa Mauriac— la gasta, ningún soplo la evapora; la pasión se acumula, se estanca, se corrompe, envenena, corroe el vaso vivo que la encierra». En el mundo de este Desierto del Amor, lo más es imaginario y el mínimo de acción lo aportan los encuentros.

Mauriac perfila tres personajes carismáticos y repletos de matices. Cada uno de ellos está lleno de complejidades, de miedos, de intemperancias, de dudas, de equivocaciones. Tan humanos que asustan, ya que todas nuestras contradicciones se ven reflejadas en alguno de sus comportamientos o decisiones. Mauriac retrata con un estilo elegante y minucioso el remolino de emociones que se desata entre los tres, y también deja espacio para las eternas desavenencias familiares (en la familia del doctor), las complejas relaciones paterno-filiales o la doble moral burguesa.

«El desierto del amor» es una novela escrita con sencillez, pero con un fondo complejo, que hay que leer sin perder detalle, narrada desde una mirada que despierta sensaciones. Una pieza exquisita.


Algunos fragmentos:


“Siempre su martirio  fue, no poder expresar sus sentimientos”

“Amar es terrible, pero no amar es vergonzoso…”


“Todos hemos sido amasados y vueltos a amasar por los que nos han querido, y por poco tenaces que ellos hayan sido, somos su obra, una obra que por otra parte no reconocen  y no es nunca la que habían soñado.”