martes, 8 de marzo de 2016

AMAR TANTA BELLEZA, HERMINIA LUQUE

Hace mucho que no reseño una novela, dejé de hacerlo hace tiempo porque creo desde mi punto de vista subjetivo de simple lectora, quizá no pueda hacerle justicia a la obra. No es la primera vez que leo a Herminia Luque, su penúltimo libro Al sur de la nada, es uno de los que más recomiendo a mis amigos lectores. 
Aunque esta novela se haya catalogado por la crítica como histórica, también se puede considerar metaliteraria.


El primer capítulo despista un poco al empezar con el prólogo, es un email  de Mónica Belicio (investigadora  de una universidad americana), dirigido a su editor, al que adjunta una nota de sucesos antigua que ha descubierto durante sus investigaciones, sobre la aparición en por el derrumbe de un muro de "una mujer en carne momia". Un apunte que intriga al lector y que durante la lectura podrá intuir su sentido.
En el texto narrativo se pueden distinguir dos partes bien diferenciadas: 
  II. La región más anhelada (Madrid, 1637).
 III. Testamento de Doña María de Zayas y Sotomayor que otorga ante escribano público.
En la parte II, el tono es más jovial, contada desde la juventud y con un tono impregnado de cierta inocencia, narra el tiempo que pasaron juntas tras la llegada a Madrid de Ana, y la oportuna y amable acogida en su casa, por parte de María. 
En la parte III, el tono cambia se hace más sobrio, más sentido, a través de la voz de María, abocada a la soledad, la enfermedad, presa de la vejez y el olvido.
Sus protagonistas, dos escritoras del Siglo de Oro español, María de Zayas y Ana Caro Mallén, reflexionan a través de sus cartas sobre el papel de la mujer en el mundo literario y sus dificultades. De esta manera nos darán a conocer a una serie de personajes secundarios que sazonarán esta historia: María Cépalo, una criada con un castizo sentido del humor; la Quiñones, impresora y viuda, orgullosa de tener “hasta veinticuatro cajas de imprenta, con veinte arrobas de letra cursiva y hasta cuarenta de parangona”. Se hace patente la dificultad para editar. La autora hace gala de un lenguaje rico y variopinto que nos adentra en la época, si bien es cercano al lector actual no deja de ser divertido, bordado de refranes y dichos populares. La autora mezclará personajes ficticios y reales: “el de León y su Manual de la perfecta casada”, don Gaspar Guzmán (Conde Duque de Olivares), Alonso Cano, pintor, Feliciana Díaz de Enríquez (escritora), Don Lope y "Los laureles de Apolo", Vélez de Guevara. Datos que el lector avezado sabrá interpretar e investigar para ampliar su lectura.
 Doña María de Zayas alecciona a su  huésped con sabiduría: “Las cosas importantes de la vida se escriben con una letra muda: la hache. Una letra que no suena para abrir las palabras de mayor enjundia. Historia (…) humano, hombre, hembra,  hambre, hablar,  hermosura…”. Además de alguna premisa literaria: “las novelas han de sostenerse por sus letras, por lo que dicen y el modo en que lo dicen, pero en absoluto por las intenciones de los que las escriben.”
No hay que olvidar que Ana Caro fue la primera mujer que se dedicó a la escritura de forma profesional: “No dudaba yo de mi valía. Pocas mujeres se han atrevido, como una misma, a coger la pluma,  a la par del más pintado varón, y no solo por entretenimiento, sino como tarea constante y sostenido empeño, aun a costa de muchas fatigas y maledicencias también”
 María Zayas, en su prólogo a sus Novelas amorosas y ejemplares (Zaragoza 1637), le dice al lector: "Y no sólo deves hazer esto (comprar el libro), mas anhelar por la noticia de su autora a no estar sin su libro tu estudio, no pidiéndolo prestado, sino contándote tu dinero, que aunque fuese mucho le darás por bien empleado"
Sus protagonistas rechazan tanto el matrimonio como el convento, las únicas  salidas honradas para la mujer de la época. Ellas se revelan y logran subsistir gracias a su ingenio y sus letras.

A través de las voces de estas mujeres, Herminia Luque crea una constelación femenina, donde se mezclan  fuerza y fragilidad y pone de manifiesto el desamparo en el que se encuentra la mujer de esa época: academias y tertulias propiciadas por aristócratas, como la Condesa de Paredes en las que apenas tiene voz, las burlas, cartas anónimas y las vejaciones sufridas por  la propia Ana Caro, sin olvidar la ingeniosa venganza final llevada a cabo por  María de Zayas.
De estas autoras se sabe poco y quizá buceando en los entresijos de sus obras, se pueda dilucidar algo sobre sus vidas. Por eso es de agradecer a Herminia Luque la autoría de esta novela, que pone un punto de luz en el  oscuro y olvidado mundo  de las escritoras.

                                                               


martes, 1 de marzo de 2016

Porque una sufre


―Mamá, no olvides que vamos hoy a comer.
―Que sí,  chiquillo, que ya lo sé ¿Sobre qué hora llegaréis? Vale, un beso.
Una hace lo que puede. Ahora me voy a sentar un ratito a tomar un descafeinado con sacarina. Que si yo no miro por mí, no va a mirar nadie. Todo el día sin parar, desde que me tiro de la cama. Abro las ventanas, haga frío o calor. Riego mis macetas: las pilistras, los geranios, que están que dan gloria. Después  barro y friego la cocina, el baño, el salón y mi dormitorio. Le echo un chorreón de amoníaco al agua, porque la gata va dejando pelos por todas partes y la niña es alérgica a los gatos. Mi hijo dice que me deshaga de la gata,  que si no, no van a venir más. Que no vengan. La gata es la única compañía que tengo. Cuando me pongo mala, empieza a maullar hasta que me tomo las pastillas.
Me fastidia pensar en lo que tengo que hacer de almuerzo. Mi nueva nuera está a dieta, mi hijo no puede comer sal y la niña tiene colesterol. Me llamó anoche y esta mañana otra vez. Se nota que estamos a final de mes. Ahora viene siempre con su nueva novia, su pareja o como leches se diga.  Y es que no aprende, con lo mal que lo pasó con la lagarta de su ex mujer. No ha escarmentado. Ahora va y se junta con esa, y me la trae con la niña de ella, porque  mis nietos los tiene la lagarta y apenas me deja verlos. Cuando vienen les doy un billete de cinco euros y se van enseguida sin darme ni un beso siquiera.
A ver por dónde nos sale esta. Él, está encoñado. Si lo sabré yo, sólo sabe hablar de ella: que si Rafi es lo mejor que le ha pasado, que si hace unos espaguetis muy ricos… pero  cuando vienen a comer aquí, la Rafi aplasta el culo en la silla y no es para ayudarme a recoger la cocina. Ahora sí, a poner faltas no hay quien la gane. El último día que vino, me dieron ganas de tirarle la olla a la cabeza. Dijo que mis garbanzos estaban duros y que sabían a rancio. Rancia ella, no comió.  Y encima mi hijo se enfadó conmigo. ¡Y  otra vez estoy cocinando como una tonta! Croquetas para la niña, un filete de ternera y ensalada para ella y su puñetera dieta. Y encima tocará bronca, se me olvidó comprar la Coca-cola, pero con el dolor de piernas que tengo ya, no estoy para bajar otra vez a la tienda.
Mi vecina Reme, dice que quién me pagará todo lo que hago.  Que me gasto casi toda la paga en kinder para la niña, bio-desnatados para ella y Cola-cola para todos. La tontería de la dieta, si está más delgada que una acelga. Lo que yo quiero es que mi hijo venga a verme. Y que no me traten como a una sirvienta, que los setenta años pesan como un saco de piedras. Desde que me dio la trombosis, el médico me dijo que me cuidase. Me tomo el Sintrom y tengo que tener cuidado con las heridas que me desangro con nada. También me recetó unas pastillas para orinar. Así que me tiro toda la noche yendo y viniendo al baño. Aún no quiero usar pañales, no vaya a ser que me acostumbre a hacerlo  encima.
Mi hijo dice que le da coraje venir porque lo pongo nervioso cuando me ve acelerada. Si yo soy así, no he parado nunca, desde niña que me pusieron a servir en una casa y me tenía que subir en una caja para alcanzar a fregar los platos.  
Mi difunto era de los antiguos y nunca ayudó a nada en casa, ni siquiera  sabía cómo encender la hornilla para calentarse el café, ni qué ropa ponerse cuando se duchaba y allá que tenía que ir yo a llevarle  hasta los calzoncillos al cuarto de baño, porque no los encontraba. Era trabajador (dios lo tenga en su gloria) y todos los meses me traía el jornal que no se gastaba en las traga perras.  Era poco, por eso yo tenía que echar unas horitas limpiando en las casas. Yo quería que mi hijo estudiara, aunque el muy zascandil no terminó la carrera. Al menos, ahí está, de guarda jurado.
Tengo fatal  las piernas, entre las varices y las rodillas. Le echo la culpa a la señora que me obligaba a fregar el suelo hincada de rodillas. A esa, la dejé en cuanto me quedé viuda y tuve la paguita entera para mí.
Me apunto a los viajes del Inserso. La pensión no me da para explayarme mucho y menos si tengo que comprar todas las semanas Cola light, Kinder y Bio-desnatados, además de preparar el menú triple. Pero la niña ya me llama abuela y me da un beso  cada vez que llega.
Antes me juntaba con la Reme para ir los viajes. Ella ronca, pero yo me ponía algodones en los oídos y así podía dormir algo. La pobre siempre ha sido encogida, nunca quería tomarse unos churros con chocolate en Casa Aranda porque decía que eran muy caros. Ella es así, no tiene nada suyo. Cuando hacía lentejas, siempre me traía un platito.
Lo mejor de los viajes era el bufé libre, que ponían de todo: paella, ternera estofada, sopa de marisco, bacalao y unos postres riquísimos: arroz con leche, natillas, helado… Yo no puedo comer de nada de eso, por la tensión alta, el azúcar, el colesterol y el ácido úrico. Pero como son pocos días y pago igual, como hasta reventar. Cuando vuelvo, no me abrochan las faldas.
En el último viaje nos salió un pretendiente. Un hombre viudo y bien parecido. Me pidió bailar primero a mí y yo le dije que no. Desde que falta mi difunto no he querido nada con varones,  ya tuve bastante con él. Pero la Reme le dijo que sí y bailaron. Después se fue con él. No volvió en toda la noche. A él le dio un patatús y lo tuvieron que ingresar en urgencias. Desde entonces la Reme no se ha separado de él y ya no hace ni lentejas.
 La vida hay que tomarla como viene. Porque  una sufre.  Mejor apago  el puchero y voy partiendo la lechuga. Llegaran en cuanto recojan a la niña del colegio. Hoy le voy a echar un chorreoncito de laxante en la ensalada,  que la niña no la prueba.  Ea, para que haga mejor la dieta.
―¡Hola abuela! ¡Uhmm qué ensalada más rica! Y la niña sin que me de tiempo a nada, se zampa un cogollo de lechuga.
No quise ni resollar, pero estaba preocupada. Al rato la niña fue al baño y se vació enterita, angelito mía. La madre se quedó tan pancha viendo la tele y mi hijo enritado porque dice que no le compre tantas chucherías a la chiquilla que luego pasa lo que pasa.
Total, que la culpa siempre la tiene una.

                                                             Loli Pérez González
  Relato publicado en Septiembre de 2015 en el libro de AAVV                                            Palabras Mayores, Editorial Azimut.