Que no, que no puede ser, se dijo. Que con quejarse y compadecerse a sí misma no conseguiría nada, sólo hundirse en esa laguna sin fondo. Así que decidió empacar su soledad y dejarla a un lado, e irse a un lugar dónde hubiera muchas tortugas. No conocía a ninguna, pero le daba igual. Escucharía sus conversaciones, imaginaría sus vidas, hablaría con ellas. Al fin podría abandonar su vida monótona y solitaria. Tal vez funcione, pensó.