jueves, 30 de abril de 2009

Poesía de Federico García Lorca

CANCION OTOÑAL
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de mi tristeza
va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.

Todas las rosas son blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas,
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.
  Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman, 5
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento, 10
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa, 15
y allá a su frente Stambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza 20
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho 25
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies. 30

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son:
Las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.

¡El corazón sin amor!
Triste páramo cubierto
con la lava del dolor,
oscuro inmenso desierto
donde no nace una flor!

Distante un bosque sombrío,
el sol cayendo en la mar,
en la playa un aduar,
y a los lejos un navío
viento en popa navegar;

ESPRONCEDA.- EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA

lunes, 27 de abril de 2009

Remordimientos











Remordimientos © Loli Pérez González

Aquella mañana, Pedro llegó como todos los días; de su trabajo nocturno en el hospital. Abrió la puerta despacio, parecía que su madre se quedaba inmóvil, al escuchar girar la llave en la cerradura, incluso parecía aguantar la respiración. Era una especie de juego macabro entre los dos.

No la encontró sentada en su sillón desayunando, mordiendo su magdalena tierna y sorbiendo su café humeante, con las pastillas extendidas como canicas de colores, sobre la bandeja.

Sintió un gran desasosiego, al ver la dentadura postiza que sonreía siniestra, sumergida aún en el vaso de agua, donde flotaban minúsculas partículas.

Había imaginado tantas veces como sería ese día, que no podía creerlo; Al encontrarla como dormida en su cama y notar el frío metálico como un zarpazo. La muerte había llegado de puntillas, sin avisar.

Sentado frente a ella, encendió un cigarrillo, recordando que no podía fumar nunca en casa, porque ella no soportaba el humo, siempre había tenido olfato de sabueso.

Mientras marcaba el número del médico, pensaba en cómo se le había ido escapando la vida, cuidando siempre de esa vieja achacosa, de carácter férreo, avara y adorable a la vez, siempre tan pendiente de él, que no se atrevió a huir de su lado.

Se podía haber prejubilado hacía años, pero prefirió seguir trabajando para escapar de ella de alguna forma. Desayunar en el bar con los compañeros, ocultando su doble vida, a sus años, el salir del armario ya le daba grima, solo unos pocos conocían su secreto, y creía que su madre, no lo habría aceptado nunca.

Ella había tenido una salud de hierro, solo las cataratas habían nublado su vista los últimos años, impidiéndole hacer, los interminables pañitos de croché, que él tanto odiaba.

Cuando él cogía la gripe, gastroenteritis y se daba de baja, la japuta le decía: -Si tú te mueres antes que yo, tendré que contratar a una rusa, para que me cuide, ¡a un asilo no voy ni muerta!, vamos, ¿donde se ha visto eso? ¡Con tanto viejo!-

A Pedro le entraban unas ganas de comprar un poquito de cianuro, la dosis suficiente para cargarse a la vieja enjuta de casi un siglo, se lo podría echar en el zumo de por la noche, pero solo de pensar que lo había pensado lo devoraban los remordimientos.

Además siempre había tenido paladar de catadora, alguna vez cuando estaba muy gruñona, le había puesto unas gotitas que le recetó el médico, para que se tranquilizara y enseguida lo notaba: -¿Qué me has echado en zumo que sabe tan raro hoy?- Y lo volcaba de forma accidental.

Pedro suspiraba desesperado, con aire culpable, la vieja que lo observaba le decía socarrona:

-Yo tenía que estar hace años en “El cortijo de los callaos”, pero hasta que Dios lo quiera, seguiré aquí, siendo una carga para ti, hijo. Pero tú sal, ve donde te haga falta, a mi no me importa quedarme un ratito sola, pero no tardes mucho que me da miedo, que mira como está la vida de mala, la de delincuentes que salen por el televisor.

Llamó al seguro de decesos, le respondió un empleado frío y cínico, asegurándole, que ellos se ocuparían de todo: el papeleo, los traslados y demás.

Cuando llegó a casa después del funeral, un olor dulzón a jazmín, aún impregnaba toda la vivienda, lo que le hizo pensar que ella seguía allí esperándolo. Abrió todas las ventanas metódicamente, y fue a darse una ducha.

Con una toalla retiró el vaho del espejo, intentando poner diques a su propia vejez: tiñó sus canas, con las pinzas de su madre se arrancó las cejas blancas cada vez más numerosas. La barba cada día parecía más una partida de ajedrez donde ganaban las blancas. Los músculos, pese a las flexiones y el ejercicio, estaban cada día más flácidos.

Y la vida seguía su curso, implacable, escapándosele entre los dedos, sin poder hacer nada para remediarlo.

Ahora no sabía qué hacer, en esa casa tan vacía. El ropero, lleno, con todos sus vestidos, las zapatillas de ella bien alineadas bajo la cama de matrimonio con su colcha de croché, la bata sobre el sillón, con el cinturón colgando sobre el suelo, como una serpiente, testigos mudos de su ausencia, lo observaban amenazantes.

Aunque se negaba a reconocerlo, añoraba que hubiese alguien esperándole. La vieja había llenado siempre, con su presencia esa casa, ahora enrarecida.

También podría comprarse un perro, pensó, mientras echaba el hielo en el vaso, para el vermú, pero no quería volver a estar atado. No, no quería sentirse amarrado, a nada ni a nadie. Quería ser libre de una vez por todas. Solo, asquerosamente solo. Ir y venir donde quisiera, dormir o trasnochar.

Ya no escucharía, esa voz que le perforaba los oídos, con sus quejas y exigencias. La razón de su vida hasta ayer.

Empezó a llorar convulsivamente, nunca creyó que pudiera sentir tanta nostalgia de la mirada escrutadora de la vieja, tan llena de ternura y compasión, de infinita tristeza a veces.

Y cómo la muerte, había cortado para siempre, la trenza de amor y odio que se tejía entre los dos cada día.



Relato "REMORDIMIENTOS" Publicado en el libro "Memorias de la tormenta pasada" Taller de escritura creativa Paréntesis



LA LECTURA

ALOCUCION CIUDADANA POR LA LECTURA.-



Me gusta hablar de los libros, de su segura compañía, de la sabiduría sin vanidad ni ostentación que poseen, de su consuelo a veces. Pero también me gusta advertir que el libro necesita un reducto de silencio. Nuestro mundo huye del silencio, lo anula, evita su presencia. Y el silencio es el sostén de cualquier diálogo profundo y por su puesto del diálogo con nosotros mismos.



Nadie se asuste: pero al tomar un libro nos llevamos el silencio que él contiene. Podemos cuidar sus cubiertas, sus hojas, pero si no cuidamos su silencio apenas podrá decir su mensaje.



Las páginas de un libro están hechas de silencio. Son silencio habitado. Entre sus líneas está el silencio que hace nacer a la palabra, que permite que la palabra sea. Si llegamos con ruido debemos dejarlo fuera para compartir su silencio. Para algunos es difícil conseguirlo, otros en cambio lo logran aunque truene a su alrededor.



Si entras en las páginas de un libro cualquier cosa puede suceder. A veces hallas un bosque y te atreves a continuar por la senda en penumbra o recorres una ciudad ajena que aún no conoces, o trasiegas la Mancha, o te tumbas en la arena frente al Adriático, o te encuentras subido a una nave que viaja en el tiempo, o estás a la orilla del Guadalquivir vislumbrando ya las tierras de América.



En ocasiones la página prefiere traerte un canto y prendidas a su ritmo las voces del amor, de la amistad, el fuego de la queja humana que no cesa, el ruido implacable de la noria del tiempo que te hace ver que todo pasa y... que todo vuelve. A veces cruzar por el aire un ángel y … no sabes si creerlo.



Conversas con los hombres de otro tiempo. Charlas con los príncipes escuchas a los mendigos, al burgués acomodado, al revolucionario, a la víctima y al verdugo. Dialogas con los sabios, los artistas, los viajeros.... Los libros nunca vetan a su interlocutor, no saben de clases sociales, de prejuicios, de excepciones. El libro no ejerce derecho alguno de admisión, se te entrega sin pedir carné de identidad, te abre sus puertas… solo de ti depende que logres su secreto.



A veces, entre líneas, también te encuentras a ti mismo, te reconoces, te saludas, te confirmas o corriges, te confortas, te alientas o, simplemente, decides al verte comenzar de nuevo, emprender otro camino.



Pasas la página, alguien, tal vez un filósofo, deja caer unas palabras en ese recinto de silencio en el que has entrado y ya nada es lo mismo: la tarde se transforma, tu mirada es otra, ¡pero cómo es posible, te dices, esa perspectiva insólita! Y te das cuenta de que estás viendo algo que nunca antes habías visto.



El libro se te ofrece, pero no te retiene. Su compañía siempre es prudente. Cuando tú lo quieras puedes dejarlo. El gesto es sencillo: levantas la vista y miras al infinito. Y aunque el infinito quisiera retenerte, regresas y recobras lo que estaba a tu lado: el árbol del jardín, la mesa con sus utensilios, el pan, el vino, los rostros que siempre te acompañan, tu familia, tus amigos….



Cierras el libro y abandonas el silencio. Pero el silencio de la lectura ya no te abandona, va contigo, te habita. Ahora estás en tu centro y la vida posee un pálpito distinto.



Eliacer Cansino (Escritor)



Málaga 16 de diciembre de 2008

Escritorio en pruebas. Un abrazote para el ayudante.