Cuando era pequeña, mi abuelo tenía una caracola muy grande y me decía que si me la acercaba a la oreja y cerraba los ojos podría escuchar el mar. Yo la apretaba fuerte contra mi oreja, afinaba el oído, cerraba fuerte los ojos y aguantaba la respiración. Y al momento escuchaba las olas y el viento de un océano perdido.
Luego mi hermano me empujaba y me la arracaba de las manos, para escucharla él. Pero pronto se enfadaba porque decía que era mentira, entonces la tiraba lejos.
Cuando mi abuelo murió la caracola se perdió, y ya no volví a a escuchar el mar, en ninguna otra caracola.