Y yo con estos pelos
Mi vida ha cambiado mucho en poco tiempo, ya no puedo ir a
dónde quiero, ahora me llevan dentro de
una bolsa deportiva. El ganapán, es un tipo alto que camina a largas zancadas.
Bastante huraño con voz seseante.
Viajamos en autobús,
menos mal que fue un trayecto corto, me llevó atrapada entre sus fétidos pies.
Una señora le preguntó que si lo de la bolsa era un perrito o un gato. Él negó
emitiendo un gruñido, supongo que con mirada hostil incluida, porque a la tipa
no se la volvió a escuchar más. Por la noche, el zancudo me arrojó dentro de un
contenedor de basura, reboté en el fondo, haciéndome un chichón en la frente,
le llamé imbécil, pero creo que no me
escuchó.
Aquí no hay quién
viva, revuelta con tanto desperdicio, estoy por suicidarme dejándome caer dentro
del triturador del camión. Apesta, es poco ventilado, oscuro y la gente no se
para nunca a cotillear cerca. Merodean cucarachas enormes, que me hacen
cosquillas con sus antenas en la nariz y estornudo sin parar. Cuando dejan la
tapa abierta, respiro a fondo y las escupo fuera. Miro al cielo y maldigo al
zancudo que me dejó caer aquí.
Hay parroquianos que tiran la basura por la mañana y la bruja
de la panadería de enfrente, les echa la bronca, además de mal de ojo.
Por la tarde, esto está muy concurrido, me van cayendo encima
bolsas de orgánica, de envases, periódicos, ropa vieja... ¿es que nadie
recicla? Hay veces que llegan unos individuos con unos pinchos y rebuscan en
las entrañas del contenedor. Estuvieron a punto de saltarme un ojo, les grité ¡brutos
imprudentes! y se esfumaron. Y eso, que
desde que estoy en esta situación no tengo ánimos para hablar con nadie, total
¿para qué?, ¿quién me escucharía?, ¿alguien me entendería? Quisiera salir de
aquí, por eso no hago más que planear la fuga,
pero lo mire por dónde lo mire, todo son complicaciones. Esto de no
tener ni pies ni brazos, jode un montón. Porque lo de no tener cuerpo no lo llevo tan
mal, me ahorra un montón de quebraderos de cabeza, ya no tengo que pensar qué ropa ponerme para
que no se me noten las lorzas, ni hacer la dieta de la alcachofa, ni morirme de
hambre para perder unos míseros gramos que volvía a recuperar en el primer
ataque de hambre.
Trato de salir de aquí con dignidad, pero no es nada fácil, uno
de los intentos fallidos fue cuando echaron
unos zapatos viejos, y probé a saltar subida en ellos para fuera, pero
más bien parecía que estaba bailando claqué, ¡si es que no hay manera! en esas
estaba cuando le pisé la cola a una rata. Chilló y luego se quedó mirándome,
arrugó el hocico, se acercó y me olisqueó.
No sé si intentaba darme un beso
pero de lo que sí estoy segura es de que por poco me dio un mordisco en la oreja,
―lo
que me faltaba― decapitada y sorderas. Grité tan fuerte que huyó dando un
brinco. No sé a cuento de qué apareció
la policía. Fui descubierta y ahora estoy
en el instituto forense, flotando dentro de un bote de formol y yo con
estos pelos.
©Loli Pérez Málaga, Mayo de 2012