Cinco horas con Mario, Miguel Delibes
Contaba Miguel Delibes que
empezó a escribir su novela con Mario como protagonista principal con un
narrador en tercera persona. Cuando
llevaba un montón de páginas se dio cuenta que no funcionaba esa voz, tampoco
podía escribirla en primera persona, entonces pensó hacer un experimento
narrativo. Utilizaría la voz de Carmen Sotillo, en un monólogo dialogado con su
difunto marido, al que le lanza preguntas sin respuesta posible, mientras
relata episodios de su vida en común dejando ver su enorme frustración como
mujer durante los veintitrés años de matrimonio, muestra la personalidad de su marido, un hombre cuyas ideas progresistas, impropias de la clase a que pertenece, le parecen totalmente equivocadas y cuyas preocupaciones éticas de moralidad pública y justicia social no comparte ni comprende.
Delibes lleva a cabo una
proeza narrativa al dar vida simultáneamente a los dos personajes de la novela
a través del monólogo. Por un lado está
Mario, a quien la viuda se dirige como si viviese todavía, en un íntimo soliloquio por medio del cual habla
mentalmente con un interlocutor pese a que ya no podrá responder. Por otra a
Carmen, dolorida y patética imagen de una mujer frustrada por el fracaso de su
matrimonio, caracterizado por la insatisfacción sexual y la incomunicación
sentimental, que no le ha impedido ser madre de cinco hijos. Y víctima al
propio tiempo, de la absoluta incompatibilidad de caracteres que la ha
distanciado de un marido del que ya no parece estar enamorada, ante el cual
muestra un evidente complejo de inferioridad, pero de cuya conducta personal
y humana se siente profundamente
avergonzada.
A través del largo monólogo
interior de Carmen, repetitivo,
incoherente y deshilvanado, cuya ininterrumpida enumeración de quejas y
agravios revela la existencia de unas
preocupaciones recurrentes y obsesivas. Lo llama: zascandil,
zoquete, adoquín, haragán, botarate,
tonto de capirote, pedazo de alcornoque…
Y es que, a pesar de la
intención deliberada del autor, que se ha propuesto hacer de Carmen un
personaje francamente odioso y negativo, la verdad humana que encierra, su arrolladora
vitalidad, y su fisonomía inconfundible de personaje típico, perfecto exponente
de las ideas y creencias tradicionales, vigentes en un determinado momento
histórico dentro de la clase social a que pertenece, la han convertido en uno
de los caracteres más logrados y certeros de la novelística española de
postguerra. Por sorprendente y extraño que parezca, el secreto de este logro
estriba en que el autor, consciente de haber cargado excesivamente la mano al
perfilar los rasgos negativos que caracterizan a ese personaje, se ha esforzado
al propio tiempo en mostrar las causas que determinan y justifican la mayor
parte de sus reacciones negativas, para que podamos comprenderle.
Desde el punto de vista
humano, se trata de una mujer buena y honesta, que ha sacrificado su vida
entera a sus obligaciones de ama de casa y madre de familia. Una mujer
reprimida e insatisfecha en sus aspiraciones económicas y en sus deseos de
figurar socialmente, que se ha mantenido siempre fiel a sus deberes de esposa,
pese a la apatía sexual que le reprocha con insistencia a su marido y a los
frecuentes requerimientos de que ha sido objeto por su llamativa belleza
física. Mujer inculta por falta de una instrucción adecuada, que oculta su
profunda ignorancia bajo el superficial barniz de distinción de una niña bien y
sus buenos modales de señorita.
Carmen Sotillo acapara la
atención del lector y convierte su frustración humana y social de casada
quejosa e insatisfecha en el tema principal del relato. Apareciendo como la
víctima de un matrimonio desigual y equivocado, entre personas pertenecientes a
una misma clase social, pero educadas en distintos ambientes y adscritas a
ideologías contrapuestas y antagónicas, correspondientes a los dos bandos en
pugna durante la guerra civil.
Como bien dijo el propio Delibes:
“En la historia de Menchu y Mario hay sucesivos enriquecimientos, pero escasos progresos. Es una historia varada; no anda. Yo podía haberla dejando en la mitad o haber seguido hasta el infinito”
Fragmento capítulo XXIV:
“Y no creo que ande mal de los nervios por eso, cabeza dura, que muchísimas
veces pienso que tú estabas bien cuando estabas mal, y mal cuando estabas
bien, aunque parezca un despropósito.
Los nervios, los nervios..., Los nervios salen a relucir cuando se está
demasiado bien, eso, cuando uno tiene
todo resuelto y vive sin preocupaciones. Entonces salen los nervios y todo lo
que tiene que salir, que no sé a santo de qué esa perra…”
Introducción de Antonio Vilanova.
Introducción de Antonio Vilanova.