lunes, 17 de agosto de 2009

Mis primeros tacones





Mis primeros tacones
© Loli Pérez González

Aunque mi madre se empeñaba en seguir poniéndome zapatos de pato, el día que cumplí dieciséis años, mi padre me llevó a comprarme mis primeros tacones. Me dio a elegir entre los modelos de mi número, pocos, porque tenía un pie muy pequeño, y escogí unos negros de ante, con un tacón de aguja de vértigo, cogidos al tobillo y de talón cubierto.
Cuando llegamos a casa, mi madre estaba en la cocina, con su delantal de cuadritos azules, preparando un gazpacho. Destapé ilusionada la caja de zapatos, como quien abre un tesoro y le deslumbra el resplandor. Al verlos, mi madre empezó a negar con la cabeza. Me los probé para demostrarle que podía andar con ellos perfectamente, pero ella los miraba de reojo.
–De ninguna manera te puedes quedar esos zapatos, son muy altos para ti.
Mi padre intentó defenderme:
–Déjala, son los que le han gustado y no puedes negar que son bonitos. Parece una mujercita.
Ella se los probó, le quedaban demasiado justos.
–No, no se los puede quedar, con esto no se puede andar. Además, yo también necesito unos.
–Cómpratelos –le dijo mi padre.
–No. Podemos utilizar las dos los mismos, que luego pasan de moda.
Aquella noche, sola en mi habitación, me los calcé y la recorrí varias veces. Después les puse el papel secante blanco, hecho una bola, y un palito de madera para que no se deformaran, los metí en la caja, y dormí abrazada a ellos.
Al día siguiente, cuando volví del instituto, mi madre los había cambiado por unos zapatos negros de charol, con un taconcito vulgar, que le quedaban muy bien a ella, pero que a mí siempre me estuvieron demasiado holgados; se me torcían los pies al andar.
A mi prima y a mí nos gustaba intercambiarnos los zapatos. Entonces no sabíamos por qué lo hacíamos, pero ahora pienso que a las dos nos hubiera gustado estar en el lugar de la otra, al menos por algún tiempo. Yo tenía dos hermanos y ella era hija única.
De pequeñas, estuve en casa de mi prima una semana durante el verano. Me lo pasé en grande. Por las tardes mi tía nos vestía y nos peinaba a las dos igual. A mí se me saltaban las lágrimas cuando me desenredaba el pelo y de lo fuerte que me ataba la cola, pero no decía nada. Después nos íbamos a dar un paseo con las amigas. Por la mañana nos poníamos el vestido de la tarde anterior, y por la tarde otro distinto.
En su casa no tenían agua corriente. Lavábamos la ropa en un lavadero que había un poco lejos. Íbamos con nuestra abuela por una vereda, con la ropa en unos cubos, y nos llevábamos un botijo para llenarlo con agua fresquita.
Mis abuelos vivían con mis tíos. Defendían a mi prima cuando le regañaban y siempre le compraban algo cuando iban al pueblo.
Mi abuela me hizo un vestido de gitana de un retal naranja pardo, con dos volantes y flecos por el escote, que me pinchaba la espalda. A ella le compraron unos zapatos de tacón y le hicieron un vestido rosa fucsia, con tres volantes y más vuelo que el mío. A mí me parecía muy feo el mío y muy bonito el suyo, aunque mi madre decía que el mío estaba mejor hecho.
Como le dolían los pies de andar por la feria con tacones, me los dejó a mí mientras ella calzaba unas sandalias planas. Pero cuando fuimos a hacernos las fotos, ella se empeñó en ponerse sus tacones. Me los tuve que quitar y volver a los zapatos de pato. A nadie le importó que llorase. Salimos en las fotos enfadadas y mirándonos de reojo.
Un día fui a su casa a quedarme con los abuelos porque sus padres y ella iban de vacaciones. Dormí en su cuarto y encontré su diario. Lo leí. Descubrí que ella se sentía a veces tan desdichada y sola como yo. No era tan diferente a mí.
Con mi madre y mi prima compartí tacones. Sentí a veces el regusto amargo de que me los arrebataran, pero hemos compartido vivencias únicas. Son muy especiales para mí y las quiero mucho. A mi prima apenas la veo, pero cuando miramos las fotos en blanco y negro de aquella feria, siempre nos reímos.
Ya no nos intercambiamos los zapatos. Ellas se siguen poniendo tacones y yo zapatos de pato.

Relato publicado en el libro “Fuego interior” de Taller de escritura Paréntesis.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Sartre&Beauvoir


Erase una vez... Sartre-Beauvoir

Sastre conoció a Simona de Beavoir en 1929 cuando ambos eran estudiantes de Filosofía en la Sorbona. Desde entonces hicieron un pacto de amor que sería eterno: no habrían de ceñirse con las ataduras de la fidelidad. Sin embargo, siempre habrían de decirse la verdad. El compromiso funcionó. Cada uno tuvo varios amantes a lo largo de su vida. Pero el romance entre ellos no se rompió jamás.

Se escribían para confesarse su vida. Un sábado de diciembre de l938, por ejemplo, él le escribió a ella una carta para contarle los altibajos de una noche tempestuosa con otra mujer, de la que Sastre no menciona el nombre:
”(…) Sepa usted Simona que la quiero a usted mucho, antes de decirle las ternuras que le tengo reservadas, le contaré a usted la historia de la noche anterior. (…) ella refunfuñó y yo protesté. Al fin ella cayó en mis brazos, en bloque como un árbol partido y me invitó a llevarla a mi casa, cosa que hice. Nos toqueteamos sin decirnos palabra…… Ella es, como su físico bien indica, una gran amante, en la cama es belicosa (…). Es la primera vez que me acuesto con una morena. La beso con ternura mi adorable Castor (el sobrenombre de la Beauvoir) y le escribiré mañana. La quiero”