lunes, 22 de febrero de 2010
Para hacer funcionar las estrellas. Jaime Sabines
Para hacer funcionar las estrellas
Para hacer funcionar a las estrellas es necesario apretar el botón azul.
Las rosas están insoportables en el florero.
¿Por qué me levanto a las tres de la mañana mientras todos duermen? ¿Mi corazón sonámbulo se pone a andar sobre las azoteas detectando los crímenes, investigando el amor?
Tengo todas las páginas para escribir, tengo el silencio, la soledad, el amoroso insomnio; pero sólo hay temblores subterráneos, hojas de angustia que aplasta una serpiente en sombra. No hay nada que decir: es el presagio, sólo el presagio de nuestro nacimiento.
Poema Para Hacer Funcionar a Las Estrellas
de Jaime Sabines
viernes, 19 de febrero de 2010
Catarsis (2ª parte)
(Continuación)...
No me explicaba cómo había llegado a soportar mi vida los tres últimos meses, pero estaba segura de que no lo haría ni un día más. Dicen que hay personas que no saben detenerse a tiempo al borde un abismo. Y yo, desde luego, era una de ellas.
Sabía que mi relación estaba acabada desde hacía tiempo, la sentía como un volcán extinguido. Jaime, ni siquiera se molestaba ya en disimularlo, en demostrarme algún afecto o detalle, por pequeño que fuera.
Recordé que al principio de la relación todo era mágico, como soñar despierta. Después lo había amado con miedo a perderlo, al presentirlo lejos de mí. Hacía cosa de unos meses que los celos me estaban volviendo loca, hasta el punto de querer morirme, que mi vida me importara un pimiento.
A Jaime lo habían ascendido de puesto y pasó a compartir trabajo y despacho con Esther. Fue entonces cuando nuestra vida tranquila y sosegada dio un vuelco. Yo no recordaba con exactitud si fue el día que él comenzó a hablar de Esther con el brillo en los ojos y el entusiasmo de un adolescente enamorado. Ni tampoco si fue la noche que llegó bebido y me forzó con torpeza, a pesar de mi negativa. Pero cuando él me sugirió hacer un trío con Esther, no pude más y monté en cólera ante su cara de incredulidad y bobo. Al día siguiente lo seguí hasta el trabajo. Fue entonces cuando los vi juntos, riendo, en actitud cariñosa, cómplices de algo de lo que yo, jamás formaría parte.
Ni modo de disimular mi desesperación de aquellos primeros días. Quería matarlos a los dos, atropellarlos y matarme después. Pero por alguna extraña razón, tenía una idea fija: no quería perder a Jaime, ni separarme de él. Me convencí a mí misma que aquello sería un enamoramiento, algo pasajero. Incluso fui a hablar con Esther que se burló en mi cara, y me hizo sentir de lo más estúpida, mientras alegaba riendo que entre mi pareja y ella no había nada, que sólo era una buena relación laboral. Aquella actitud me tocó la moral de tal modo que se convirtió en algo personal, decidí luchar contra ella. Me propuse volver a conquistar a Jaime, darle lo mejor de mí misma. Me engañé pensando que el tiempo pondría las cosas en su sitio, que sólo debía de tener un poco de paciencia.
Siempre he sido de de esas personas que se aferran a los afectos, aunque estos sean escasos. Y con Jaime había encontrado una estabilidad, un amor tranquilo que el sentimiento de culpabilidad enardecía a veces, un amor que se había vuelto pequeño, pero constante. Siempre habíamos dado una imagen de pareja perfecta, tal vez un poco retro, que flotaban en su oasis de felicidad caducada.
Pasaban los meses y Jaime continuaba a mi lado, a pesar de todo, sin dar muestras de querer marcharse, mientras yo reunía las fuerzas y el coraje suficiente para abandonarlo. Procuraba ser fuerte, pero veía cómo mi vida languidecía a su lado, sin remedio, con el paso lento de los días.
En pocas semanas aprendí a no sentir celos. A no sentirme sola o eso creí. Me fui convirtiendo en una persona solitaria, de esas a las que le gusta que las dejen en paz. Quería mantener a Jaime a mi lado y de paso fastidiar a Esther. Pero la magia de nuestra vida común se había esfumado por completo. Cuando hacíamos el amor se me antojaba que realizábamos una tabla de ejercicios gimnásticos. Comprendí demasiado tarde que Esther no me quería robar a mi pareja, solo quería follárselo. Así de sencillo.
La vida es extraña, me repetía a mí misma. La vida sin él me daba pánico. Y a su lado no podía soportarla más. Había llegado el momento de afrontar la situación. No era partidaria de montar escenas, me iría en silencio, sin despedirme, sin decir nada.
Abandonar mi casa, la mayoría de mis cosas, no me hacía ninguna gracia. Pero si me quedaba allí plantada, esperando que pasara lo que no volvería a pasar, terminaría por convertirme en una marioneta inanimada dentro de su caja de cartón. O tal vez llevara tiempo siendo así.
Estaba sola en mi dormitorio, sentada sobre aquella maleta, en la que no cabía nada de lo que hubiera querido llevarme. En la que se despanzurraban los recuerdos al intentar cerrarla.
Era media noche y llovía. A esa hora sentía como el tiempo transcurría de una manera especial, diferente. Todo me parecía más claro, más nítido. Sentía cómo los sentimientos se reforzaban, se intensificaban, se desbordaban. Entonces lo imaginaba junto a la otra y no podía evitar que mi herida doliera un poco más. Imaginaba su cara, cuando al amanecer llegara ufano, con los bolsillos llenos de excusas tontas. Encontraría la cama vacía, las luces apagadas, la ausencia como única habitante de nuestro hogar. Quizá encendiera un cigarrillo y se lo fumara tranquilo, satisfecho de sí mismo, al saberse libre de mi sin escenas. O tal vez me buscara, pero no, no lo haría. Ya todo me daba igual.
Porque Jaime siempre fumaba un cigarro al llegar a casa. Lo encendía con el fuego de la hornilla de la cocina. Siempre perdía los mecheros pero nunca sabía decirme dónde.
Miré la película de humo que impregnaba la pared, de un amarillo pajizo, igual que los recuerdos que dejaba atrás, encerrados dentro de aquel hogar a oscuras, que ahora me antojaba aciago.
Cuando en la comisaría el Inspector me informó de la explosión que se había producido en nuestra casa y me preguntó si sabía algún motivo por el que Jaime se hubiera querido suicidar, encendí un cigarrillo y exhale el humo a la vez que respondía que no, que todo había sido siempre perfecto entre nosotros, en los tres años y un día que habíamos compartido juntos.
©Loli Pérez 19-1-2010
martes, 16 de febrero de 2010
Catarsis (1ª parte)
"Catarsis"
Me llamo Sara y tengo treinta y un años y mucho miedo de que me vuelva a suceder, otra vez. Desde la mañana que me desmayé en el centro comercial, cuándo sentí como si yo fuera un ordenador y alguien desconectase mi pantalla de un tirón seco, y mi mente se apagó sin darme tiempo a nada.
No puedo discernir cuanto tiempo estuve inconsciente, pero sí lo que me hizo volver a la consciencia, una voz varonil que me zarandeaba y me decía que despertara. Abrí los ojos y me encontré en el centro de un corro de curiosos que me observaban. Entonces sentí el nerviosismo que de un tiempo a esta parte no logro dominar, que me sube por el estómago hacia arriba como una araña negra, de patas peludas, tejiendo a su paso una tela de hilos invisibles, hexagonales y muy espesa, que envolvía mi pecho, que absorbía mi oxígeno.
―¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo? ―me preguntó el hombre de unos cuarenta años, de frente amplia, pero atractivo.
Lo mire y me incorporé lentamente, tocándome la cabeza, sin poder despegar la vista de aquellos ojos, color mar.
―Estoy bien, solo necesito ir a mi casa ―respondí con un hilo de voz, cogida de la mano ancha y fuerte que me tendía.
―Deje que la acompañe, no vaya a ser que se desmaye de nuevo por el camino ―sugirió el hombre, con tono preocupado.
Y lo miré de nuevo sin soltarme de su mano ―no quisiera ser una molestia para usted, además… si tiene prisa… creo que me las arreglaré bien para llegar sola ―antes de haber terminado de pronunciar esas palabras ya me había arrepentido, lo que hizo que me mordiera el labio inferior con demasiada fuerza, de manera instintiva.
―No se preocupe, no me espera nadie, estoy encantado de poder ayudarla ― me dijo en tono amable, esbozando una sonrisa seductora.
―Está a unos quince minutos, la verdad es que se lo agradezco, hoy no las tengo todas conmigo ―afirmé, mientras me incorporaba sin soltarme de la mano de él.
Y empezamos a caminar despacio hacia mi casa. Me sentía bien al lado de aquel desconocido, al que por alguna extaña razón, no me atrevía a preguntar el nombre. Sea como fuere no quería soltarme de aquel brazo fuerte que me sujetaba firme y con delicadeza a la vez. No quería llegar a mi casa y que él se marchara. No sabía cómo hacer, era la primera vez que me pasaba algo así, sentirme tan atraída por alguien y que éste me mirase de aquella manera.
Llegamos a casa y lo invité a entrar y tomar algo, no sabía bien qué hacer pero lo había visto tantas veces en las películas que pensé que podía funcionar. Él aceptó complacido. Tomamos un whisky, dos, tres... Empezamos a hablar de cosas triviales. Puse un CD de Maná y empezamos a bailar, mareados un poco por el efecto del alcohol. No puedo explicarme cómo empezó todo, pero me vi envuelta en sus brazos, en sus caricias, recorrida por sus labios con una avidez imparable. Con dedos ágiles, él me desabrochó la blusa, el sujetador, me despojó de la falda, del tanga… hicimos el amor con una pasión que yo ya no creí poder sentir de nuevo. Cuando desperté, él ya se había marchado, y había dejado una tarjeta con un número encima de la mesita.
Entonces me fui para la ducha y empecé a recapitular sobre lo ocurrido en los últimos meses, mientras el agua caliente me resbalaba por la nuca, por los glúteos y borraba todas las caricias de aquel, al que olvidé preguntar el nombre.
Continuará...
©Loli Pérez 19-1-2010
domingo, 14 de febrero de 2010
Catarsis
Este es un fragmento de un relato que escribí el mes pasado. Se títula "Catarsis" y creo que es demasiado largo para pegarlo aquí completo.
La protagonista es una mujer llamad Sara, que siente como todo cambia en su interior a pesar de la resistencia que opone. Y este párrafo, es una reflexión de lo que siente la última noche que pasará en su casa.
"Era media noche y llovía. A esa hora sentía como el tiempo transcurría de una manera especial, diferente. Todo le parecía más claro, más nítido. Los sentimientos se reforzaban, se intensificaban, se desbordaban. Ella lo imaginaba junto a la otra y no podía evitar que doliera su herida. Imaginaba su cara, cuando al amanecer llegara ufano, con los bolsillos llenos de excusas tontas. Encontraría la cama vacía, las luces apagadas, la ausencia como única habitante de su hogar. Quizá encendiera un cigarrillo y se lo fumara tranquilo, satisfecho de sí mismo, al saberse libre de ella sin escenas. O tal vez la buscara, pero no, no lo haría. Ya le daba igual."
©Loli Pérez (Fragmento del relato "Catarsis")