Tener miedo de
tus propias palabras, de escribirlas, decirlas, pensarlas incluso. Del daño que
te pueden hacer, tanto si las pronuncias como si las callas como si fueran los
bordes de una botella rota apuntándote a la yugular.
Vivir rodeada de una situación que supera cualquier fantasía, donde conviven la mentira y la falsedad y no paran de amontonarse. No saber qué hacer. No tener ni idea de cómo combatir esa realidad que te va engullendo, que hace que hoy tengas trabajo y mañana no, que cada vez todo sea más precario, más intolerables las condiciones.
Vivir rodeada de una situación que supera cualquier fantasía, donde conviven la mentira y la falsedad y no paran de amontonarse. No saber qué hacer. No tener ni idea de cómo combatir esa realidad que te va engullendo, que hace que hoy tengas trabajo y mañana no, que cada vez todo sea más precario, más intolerables las condiciones.
Enroscarse como
un caracol dentro de su concha, sin querer escuchar ni hablar, cada vez más
ahogada en el mutismo.
Mirar el paisaje, ese arco iris que convive lleno de colores, con la lluvia y el sol. Pensar que tal vez aún hay esperanza, que el ser humano se reinventa en las situaciones más inverosímiles, que aguanta el chaparrón como la mujer del paraguas y sigue para adelante con sus pequeños pasos...
Mirar el paisaje, ese arco iris que convive lleno de colores, con la lluvia y el sol. Pensar que tal vez aún hay esperanza, que el ser humano se reinventa en las situaciones más inverosímiles, que aguanta el chaparrón como la mujer del paraguas y sigue para adelante con sus pequeños pasos...