He leído esta novela por recomendación de mi hijo. Ante su insistencia no he podido resistirme. Ha sido un viaje increíble por la selva amazónica, llena de imágenes y de una emocionante historia.
El protagonista, Antonio José Bolívar Proaño vive en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios Shuar; con ellos aprendió a conocer la selva y a respetar a los animales y a los indígenas que la pueblan, pero también a cazar el temible tigrillo.
Un día, con motivo de unas votaciones, recuerda que sabía leer y desde ese momento, siente la imperiosa necesidad de leer. Se va a la ciudad el Dorado, dónde la maestra le va enseñando desde los libros de aritmética, historia, hasta que descubrió lo que quería leer: historias de amor, de las de verdad, de ese amor que duele mucho.
Dos veces al año el dentista Rubicundo le lleva dos libros elegidos por una buena amiga suya que el viejo lee una y otra vez en la soledad de su cabaña. Con la lectura se aleja de la estupidez de esos forasteros que creen dominar la selva porque van armados pero que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida: de eso se ocupará el viejo Bolivar Proaño.
Un fragmento:
―¿Cómo son los libros de amor?
―De eso me temo que no puedo hablarte. No he leído más de un par.
―No importa. ¿Cómo son?
―Bueno, cuentan la historia de dos personas que se conocen, se aman y luchan por vencer las dificultades que les impiden ser felices.
El llamado del Sucre anunció el momento de zarpar y no se atrevió a pedirle al cura que le dejase el libro. Lo que sí le dejó, a cambio, fueron mayores deseos de leer.