(Imagen de Astoria 21)
Fragmentos de “Se llamaba Aliatar”, publicado en 2015 en la antología Relatos en 35 mm (editorial El Sendero).
«Se llamaba Aliatar y estaba al final de un callejón sin salida.
La entrada tenía forma de gran pantalla y la taquilla estaba al principio de
las escaleras, anchas y de mármol color crema. Sus butacas eran duras e
incómodas y crujían al sentarse. Tenían el tapizado raído en los apoyabrazos de
color corinto, el mismo de los asientos, las paredes y las cortinas de
terciopelo. Olía a oscuridad, polvo y avellanas. Me acuerdo de cómo descorrían
las cortinas con lentitud tras apagar las luces. Antes de la película había que
tragarse el NODO, en el que salían imágenes de inauguraciones de presas y premios
a la natalidad entregados a familias numerosas, que aparecían con toda su
prole, repeinados y sonrientes, alineados de mayor a menor. En los silencios se
oía el crujir de las cáscaras de avellanas como el eco del croar de las ranas
en una charca, que, a modo de onda expansiva, iba recorriendo toda la sala.
Entonces no vendían palomitas ni refrescos, solo las avellanas saladas de
Pedro, el Avellanero, que ofrecía por tres duros el paquete» (...)
Imagen hallada en Pinterest.
«Aquella noche ardió el cine. Me sentí sola, completamente sola,
y no pude librarme de ese sentimiento de soledad hasta mucho tiempo después. No
volví a entrar en una sala de cine durante años. Llegué a olvidar la magia del
cine y aquella sensación de soñar otros sueños, aunque solo fuera por unas
horas».
¡Me gusta! Qué recuerdos tan afines.
ResponderEliminar¡Vamos, vamos! Publica que ya ha pasado un mes, algo habrás escrito.
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