Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
y más la piedra dura porque esa ya no siente...
La primera vez que leí el poema de Rubén Darío me pareció que nunca había estado con piedras y árboles de verdad, que nunca los observó de cerca ni los entendió.
De pequeña me impresionaba ver las piedras grandes y grises llenas de hendiduras, intentaba ver sus caras, saber porqué estaban allí, cuánto tiempo llevaban y cómo habría sido su vida. Casi nunca lograba mi objetivo, pero siempre fueron fieles compañeras de juegos, al igual que los árboles, me gustaba andar por sus ramas, esconderme tras sus troncos y dejarme despeinar por sus hojas.
Jugar entre las piedras era una aventura. Una me guiñaba un ojo con una media sonrisa, otras tenían una mirada profunda y me escuchaba en silencio, siempre había alguna mayor que tenía sus propias penas y no le apetecía escuchar a nadie...
Fotos tomadas en Fuente las piedras, Cabra, Córdoba.