viernes, 19 de junio de 2009

REGALO DE ANIVERSARIO





Erase una vez...



Clase XXXIII. El tiempo y la estructura narrativa (II)



La propuesta de la semana:



Esta semana les proponemos que lean este breve texto de Julio Cortázar titulado Página asesina:

«En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.»

Pues bien, vamos a pedirles que escriban un cuento en que se desarrolle esta historia. Por lo tanto, tendrán que elegir los personajes, el narrador, el desenlace, la focalización, el lenguaje, la persona narrativa, etc. No se preocupen por la estructura: simplemente escríbanlo como mejor les salga. El ejercicio consistirá en el análisis que hagamos nosotros mismos una vez que elijamos los cuentos para colgarlos en la página.



REGALO DE ANIVERSARIO © Loli Pérez González



Clara abrió el periódico por la página del horóscopo. Hoy la predicción, no era muy halagüeña. Se puso la pulsera del mal de ojo y echó la pata de conejo al bolso. Cada día seguía un ritual, nada más levantarse de la cama.

Quemaba incienso para ahuyentar a los malos espíritus, o ¿era para tener paz? Escondía bolsitas con sal, para la riqueza ¿o era para la salud? no, para la riqueza eran las moneditas que tiraba por detrás de los muebles y que la chica de la limpieza siempre sacaba. Se levantaba siempre con el pie derecho, no pasaba nunca, por debajo de las escaleras, barrer ya no recordaba bien si debía de ser para afuera o para adentro, así que alternaba por si acaso y todas las semanas le ponía perejil fresco a San Pancracio para que le consiguiera un buen trabajo. Aún así, no comprendía como la suerte la esquivaba, pese a todos sus esfuerzos.

Julio, su marido, se reía de ella, aunque no abiertamente, pero le fastidiaba que Clara estuviera siempre con sus supersticiones y leyendo hasta altas horas de la madrugada. Clara sentía ansiedad desde la tarde anterior, cuando encontró, por casualidad, un extraño anuncio entre los papeles de Julio sobre una librería en Escocia, donde vendían libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. El lector con sólo llegar a esa página, moría a las tres, no especificaba si de la tarde o de la madrugada.



Días atrás, Julio había hecho un pedido por Internet, y cuando recibió el paquete, lo envolvió primorosamente, y esa noche, víspera de su aniversario, se lo entregó a Clara. Él, no creía en esas supercherías. Clara desenvolvió el libro cuidadosamente, aireó las páginas, miró la contraportada, aspiró su olor, y lo abrazó contra el pecho, ilusionada como niña pequeña. Julio, rió para sus adentros y le preguntó si tenía ilustraciones.

―¡Claro que no, bobo!

Observaba decepcionado, como lo depositaba sobre la mesita de noche, y, disimulando, ojeaba la última página del “Marca”. Ella le dio las gracias besándole en la mejilla y él la miró de soslayo, con una mueca de desencanto, como disculpándose por el regalo que le acababa de hacer.

Por la mañana a Clara le sorprendió la forma en que le atraía el libro, como un imán. Veía sus lomos de piel marrón, sus letras doradas, parecía susurrarle: “tómame, ábreme, léeme, te estoy esperando....”, así que aunque era temprano para dedicarse a leer, no pudo ignorarlo más y lo abrió: -Sólo unas páginas, no más, y después me pongo con las tareas ―se dijo― Antes de las once y media, tocaron al timbre insistentemente. Colocó el libro abierto bocabajo, sobre el brazo del sofá y fue a abrir la puerta, fastidiada por la interrupción.

La suegra apareció detrás de la puerta con la nariz arrugada, como una metralleta empezó a disparar:

―¿Qué has hecho de comer, verdura otra vez? Los hombres necesitan comidas más nutritivas, ¿es que no ves como están esos rincones?, tienes que echarle lejía, te va a comer la mugre. Traigo la boca seca ¿tienes un zumo?

―No, sólo hay agua fresca, como usted ―dijo por lo bajini Clara.

―Seguro que estáis ya sin un duro y eso que no hemos pasado ni del día veinte y por la nevera te pueden correr los ratones, hija…

Clara no comprendía cómo la vieja bruja podía hablar tanto, sin pararse a respirar siquiera… ―Si no fuera por el pacto de “tunoledicesnadalamía”, “niyoalatuyatampoco” ―que tenía con Julio, le iba a decir cuatro cosas.

―Yo con tu edad ya tenía ya a mi hijo criado, trabajaba y mantenía mi casa como un jaspe, yo solita, con estas manos” mientras las levantaba al aire y las giraba a ambos lados. “Por cierto, he visto a tu hermano, menudo cuajo tiene, debe ser cosa de familia, ¡así como le va a ir el negocio!”

Llegada a este punto, Clara fue hacia el baño y se llamó a sí misma desde el móvil.

Volvió evitando pasar por la cocina, para no coger el cuchillo jamonero.

Se disculpó y salió de la casa a toda prisa antes de que sus instintos asesinos le hicieran cometer un suegricidio

La buena mujer se quedó esperando al hijo, sentada en el sofá frente a la tele, con las manos cruzadas sobre el vientre, girando los pulgares vertiginosamente, con gesto de hastío.

Clara no cogió el coche, pensaba que si conducía en ese momento podría estrellarse. El corazón le latía acelerado y una mano invisible le oprimía la garganta, a paso rápido se dirigió hacia la playa. Si respiraba profundo, cerraba los ojos y escuchaba el susurro de las olas, seguro que se serenaba.

Miró el reloj, solo eran las doce y media. El camino a la playa solo tenía un único inconveniente, desembocaba en una calle estrecha, de casitas de pescadores y había una, más hundida que las demás, vieja, desconchada y con el tejado lleno de hierbas secas, que siempre intentaba evitar. El número trece sobre el quicio de la puerta desvencijada y un gato negro, sentado sobre las patas traseras, escoltando la única ventana enrejada que se abría desde la oscuridad.

Quiso cambiar de acera con un movimiento rápido pero una moto se le vino encima y la tiró al suelo. El motorista, la moto y ella y formaron un batiburrillo.

Se levantaron sacudiéndose la ropa, el chico parecía estar bien y mientras incorporaba la moto y la arrancaba de nuevo gritaba:

―¡Es que no tienes ojos en la cara! ¿No te enseñaron a mirar a los lados antes de cruzar? ¡Si me llegas a romper la moto, me la pagas!, ¡Y si te has hecho daño, la culpa es tuya!” ―dicho esto, dio varios acelerones y desapareció.

Llegó a la playa, le dolía el tobillo, se quitó el calcetín y la zapatilla e intentó andar por la orilla mientras las olas le refrescaban los pies. Apenas había caminado cuatro pasos, cuando le falló la pierna y cayó de bruces en la arena.

―¡Dita-Sea!”se le estaba inflamando el tobillo, así que se metió el calcetín e intentó calzarse y salir de la arena, sacudiéndose con rabia, mientras se dirigía hacia el Centro de Salud. Allí la retuvieron varias horas, mientras le hacían una radiografía. Había mucho movimiento, incluso se marchó el médico con la ambulancia y ella quedó, sola, en la consulta, con su pierna estirada y vendada.

Había perdido el teléfono móvil, así que decidió irse despacio para su casa. Ya faltaba poco para las cuatro de la tarde.

Cuando enfiló su calle, desde lejos le pareció que la ambulancia estaba parada muy cerca de la entrada de su casa, con la luz giratoria funcionando. Un policía municipal, apartaba a los curiosos que se acercaban a husmear. Aceleró como pudo el paso cojeando, y llegó con la espiración entrecortada y dolorida por el esfuerzo.

En ese momento sacaban a la suegra, tendida en una camilla, pálida y con las manos en forma de garra sobre el pecho. Julio blanco, parecía desmayado sobre un sillón, mientras el médico intentaba reanimarlo.

Clara miró al suelo: el libro estaba abierto, curiosamente con una página en blanco hacia arriba.



Fin

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